Robert François Damiens fue ejecutado por intentar matar al Rey Luis XV de Francia.
Robert François Damiens |
De entre la gente que allí se había acercado para ver al soberano salió
el regicida dándole un golpe seco en uno de los costados, a la atura de
las costillas. La guardia real se abalanzó sobre él, pudiéndolo reducir.
"El día va a ser duro"
La mañana de la ejecución, cuando le despertaron y le sacaron de la celda, Damiens dijo "La journée sera rude" que significa "El día va a ser duro".
Según las crónicas de la época, Damiens fue obligado a pedir perdón delante de la Iglesia de París, donde lo llevaron montado en una carretilla, vestido tan sólo con una camisola y portando una antorcha de cera encendida.
Después, la sentencia ordenó atenazarle los pezones, brazos, muslos y
pantorrillas para verterle por el cuerpo una mezcla fundida de plomo
derretido, aceite hirviendo, resina de pez y cera mientras le quemaban
con azufre la mano derecha en la que sostenía el arma con la que intentó
matar al rey. A continuación, ataron sus extremidades con sogas a
cuatro caballos para que estiraran su cuerpo hasta desmembrarlo en
trozos que se arrojaron al fuego para consumirlos y aventar sus cenizas.
Pero la realidad fue mucho más dura que la sentencia. El oficial que debía arrancarle la carne con unas tenazas (para verterle después la mezcla hirviendo por las heridas) tuvo que retorcer la carne para poder cortarla. Además, la diabólica mezcla incandescente tenía tan poca calidad que sólo pudieron chamuscar la piel del condenado. Y encima, cuando los cuatro caballos no fueron capaces de desmembrarlo dada su robustez, se necesitó traer otros dos que, aun así, los seis animales tampoco consiguieron desmembrarlo. Al final, con Damiens plenamente consciente e implorando constantemente al cielo, los guardias tuvieron que romperle los músculos y tendones con cuchillos hasta llegar al hueso para facilitar que los caballos lo desmembraran. Uno de los oficiales dijo incluso poco después que cuando levantaron el tronco del cuerpo para arrojarlo a la hoguera, estaba aún vivo. Los cuatro miembros, desatados de las sogas de los caballos, fueron arrojados a una hoguera. Luego el tronco y el resto fueron prendidos con paja y madera hasta que sólo quedaron cenizas. El suplicio total duró unas 4 horas.
Pero la realidad fue mucho más dura que la sentencia. El oficial que debía arrancarle la carne con unas tenazas (para verterle después la mezcla hirviendo por las heridas) tuvo que retorcer la carne para poder cortarla. Además, la diabólica mezcla incandescente tenía tan poca calidad que sólo pudieron chamuscar la piel del condenado. Y encima, cuando los cuatro caballos no fueron capaces de desmembrarlo dada su robustez, se necesitó traer otros dos que, aun así, los seis animales tampoco consiguieron desmembrarlo. Al final, con Damiens plenamente consciente e implorando constantemente al cielo, los guardias tuvieron que romperle los músculos y tendones con cuchillos hasta llegar al hueso para facilitar que los caballos lo desmembraran. Uno de los oficiales dijo incluso poco después que cuando levantaron el tronco del cuerpo para arrojarlo a la hoguera, estaba aún vivo. Los cuatro miembros, desatados de las sogas de los caballos, fueron arrojados a una hoguera. Luego el tronco y el resto fueron prendidos con paja y madera hasta que sólo quedaron cenizas. El suplicio total duró unas 4 horas.
Giacomo Casanova, quien fue uno de los presentes a la ejecución pública que tuvo lugar en la Place de Grève de París:
Tuvimos el valor de presenciar la espantosa visión durante 4 horas... Damiens era un fanático que, con la idea de hacer una buena obra y obtener la recompensa celestial, había tratado de asesinar a Luis XV; y aunque el intento fue un fracaso, y sólo produjo en el rey una leve herida, fue arrancado en pedazos como si el crimen hubiera sido consumado.(...)En varias ocasiones me vi obligado a apartar la cara y taparme los oídos mientras oía sus desgarradores alaridos, después de que la mitad de su cuerpo se hubiese separado de él (...).
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